a mí me pasó lo mismo.

A usted no le cuesta nada hablar. Sobre todo cuando el tema es usted.

Es de esas personas que creen, y quieren hacer creer a los demás, que son imprescindibles.

Está convencido de que, sin usted, su lugar de trabajo, por poner un ejemplo, sería una hecatombe monumental. Aún si es cadete de una empresa. “Si no fuera por mí…”

Cuenta cada detalle, cada ínfimo dato sobre su vida. Incesantemente. Sin prisa (lamentablemente para sus intelocutores), pero sin pausa.

Su facilidad de expresión es tan pasmosa como su escasez de temas que no estén relacionados con usted.

Con buena intención, pero con malos resultados, considera que relatar sus propias experiencias, una y otra vez, sirve para que el otro se sienta que no está solo, sin darse cuenta, en su embalado discurso, que quien se siente acompañado en esos casos es usted, que necesita reafirmar su seguridad mostrando a otros lo que quiere que se vea.

Es de esos que, cuando un amigo en apuros se abre confesando alguna angustia o tristeza, lo toma de la mano, lo mira a los ojos, y, en un rapto de piedad, declama: “vos sabés que a mí me pasó algo similar…” transformando a su amigo en una suerte de terapeuta involuntario, cuya única función es hablar para darle pie a usted a contar lo suyo.

Usted cree que es ejemplo. De lo bueno y lo malo. Para todo tiene una vivencia propia, y si no la tiene la inventa, o emprende complicados y laberínticos juegos de palabras que llevan igualmente a hablar de usted, en alguna situación que nada tiene que ver con el tema de conversación.

Usted no sabe que es molesto e irritante, porque es incapaz de registrar nada que no tenga que ver con aquello que lo hace a usted diferente del resto de los seres vivos.

Que fastidia hasta el paroxismo a los que saben que son menos que un grano de arena en el enorme desierto de la historia del universo. A los que son conscientes de que hay innumerables temas más relevantes que ellos mismos, o que usted.

Sépalo. Su vida no es tan interesante como cree.

Cállese de una vez.