ámbar.

Las avispas desaparecieron con él. No me dí cuenta hasta mucho tiempo después, semanas o meses, no sé. Cuando estás sumergido en un duelo los detalles cotidianos pierden forma y no ponés atención a cosas que de otra manera te resultarían extrañas.

Las avispas estaban cuando me mudé y las tomé como se toman las cosas que ya están cuando uno llega: algo estable, permanente. Nunca las vi llegar, no las vi instalarse ni aparecer, ergo siempre habían estado. Era habitual para nosotros andar alertas por el jardín. Por las dudas, por las avispas. Si hubieran sido abejas, hubiera sido distinto. Las abejas están llenas de miel que es buena y rica y sana, con ese dorado que brilla al sol con destellos ambarinos y esa textura pegajosa que te invita a meter un dedo en un frasco y envolverlo de ámbar dulce dorado. Son hormigas con alas, obreras, zánganos, tienen reina; ningún bicho que libe puede ser malo del todo, porque libar es una palabra dulce, como miel o como la miel – algunos nombres son tan adecuados que no podrían ser otros -.  Si te dañan se mueren, cuando atacan se condenan. Las avispas no. No producen, no dan. Atacan y quitan y el aguijón no se desprende. Son solitarias, agresivas, vagabundas con colmenas como aguantaderos. Las avispas son avispas y nada más. Por culpa de ellas no pasaba mucho tiempo ahí afuera. Hubiera tolerado a las abejas, pero no el zumbido de las avispas, el motor de una máquina de matar que no me mataba. Porque nunca me picó ninguna y a él tampoco.

Pero él se había ido y las avispas se habían ido con él. Era una tontería, claro. Cómo alguien iba a llevarse las avispas con su ausencia. Era de esas comprobaciones empíricas que no se pueden demostrar, una asociación caprichosa basada en recuerdos. Ya no existía el riesgo de los aguijonazos ni del dolor, ni la picazón, no más miedo a la mancha roja. Debería haber sentido alivio y en cambio empecé a desear que volvieran. Ansiaba odiarlas, temerles. Mientras tanto, compré una mesa de plástico negra con una silla roja y las coloqué entre el malvón y la rosa china. A la mesa le puse una maceta encima con una planta, una planta cualquiera, no soy buena para los nombres de las cosas que no hacen ruido ni se mueven.

Empecé a llevar libros y mate a la mesa de plástico al volver del trabajo, o los fines de semana, para conquistar de a poco ese territorio negado. Salía, me sentaba, miraba alrededor y leía. También escuchaba. Esperaba oir el zzzzzzzz que me obligara a estar atenta, agarrar todo y meterme adentro. Creo que por eso puse la planta en el medio de la mesa, como una trampa, para ver si esas florcitas blancas les llamaban la atención y volvían. De a poco me fui olvidando que alguna vez habían estado ahí, y pasar el tiempo en la parte de afuera de mi casa se transformó en una especie de ritual inconsciente. Vi mariposas, bichos bolita, hasta algún abejorro que pasó, revoloteó un rato y cruzó la medianera como si ahí no hubiera nada de interés. Mi piel blanquísima adquirió un tono que ya no era insulso. La palidez cedió ante una especie de reflejo suave. Una tarde de calor me desnudé y me senté en la silla roja. Me ofrecí como carnada para desafiarlas. Me cubrió el color. Ámbar, dulce y dorado. Pero así tampoco vinieron.

Un día de lluvia me lo encontré en la calle. Yo salía de un bar y él caminaba apurado. Me preguntó si había estado de vacaciones. Le dije que no, pero no le conté sobre las avispas.

Al poco tiempo puse la casa en venta y me mudé a un departamento sin balcón. Me llevé la maceta de flores blancas conmigo.

Por las dudas.

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  1. #1 por lasletrasoque el enero 27, 2012 - 8:06

    ja! he ahí la cuestión! ser carnada para las avispas!
    mejor que se fue, te digo.
    qué lindo leerte.

    • #2 por g. el enero 27, 2012 - 20:55

      sí, mejor, pero viste cómo es todo: a veces lo mejor no es lo que uno quiere y prefiere la amenaza del zumbido.
      abrazo,

  2. #3 por Viviana el enero 27, 2012 - 9:41

    Ay! se llevó la maceta de flores blancas con ella… me quedó la sensación de que esas avispas podían volver, eh. Y no, no las traía el muchacho, no. Es ella la que necesita de esos insectos? Muy bueno, Gaby. Me gusta mucha ese zumbido latente que rodea esta lectura. Un placer
    Abrazo!

    • #4 por g. el enero 27, 2012 - 20:58

      quizás le cueste superar el hecho de que las avispas la abandonaron, mas que necesitarlas. viste que a veces necesidad y orgullo herido se confunden. andá a saber, ya dije alguna vez que estos personajes son un misterio para mi. sé esto de ellos y poco más, y por ahí así está bien.
      abrazo de gol.

  3. #5 por Sergio Mauri el enero 27, 2012 - 20:28

    Es terrible que uno/a comience a extrañar las cosas que perdió exactamente cinco minutos después de haberlas perdido. Y ni hablar cuando extrañamos cosas que odiamos. Un dolor de muelas, por ejemplo. Es espantoso, te hace querer estar tirado en una camilla en alguna morgue pueblerina. Y cuando te arreglan la muela que te dolía, sentís que a tu vida le falta algo, un vértigo, una vibración, un algo que, después de todo, te hacía sentir vivo. Hasta que te acostumbrás y otra vez la opacidad te envuelve, pegajosa como una baba del diablo.
    Copado, Gabriela.
    Realmente.

    • #6 por g. el enero 27, 2012 - 21:00

      ni hablar. tuve una relacion con una muela que tenia el espacio justo para jugar con ella, a la espera de un implante. y eso se convirtió en tic. y cuando la muela se arregló, extrañaba el tic y la falla.
      somos así. qué va a ser.
      bienvenido, sergio!
      abrazo.

  4. #7 por La el enero 30, 2012 - 11:38

    Genial!…. en serio… Esperando a las avispas o disfrutando de la miel… esa es la cuestión… el tema es que nos cansamos de miel, de lo dulce y lo empalagoso y una parte nuestra ansía a las avispas, aunque sea para despabilarnos del letargo, pero nos pican y nos duelen y añoramos los tiempos de las mieles y avejas…

    • #8 por g. el enero 30, 2012 - 12:19

      porque así somos los humanos: nada nos viene bien.
      gracias por pasar, leer y comentar, estimado!
      salut,

  5. #9 por micromios el febrero 2, 2012 - 17:40

    Siempre hay una razón para que no haya una razón.

    Salut
    PD: Yo soy más de hormigas.

    • #10 por g. el febrero 3, 2012 - 23:53

      entre nosotras, yo también. salú!